Los humildes merecen toda mi admiración. Me gusta la gente que aparca
el “yo”, aunque eso suponga en demasiadas ocasiones dar alas a los que
no merecen el aplauso. Los humildes valientes se merecen directamente el
reconocimiento de una sociedad encadenada al pragmatismo. Me rebelo
contra todos aquellos a los que sólo les vale ganar. En el fútbol y en
la vida. ¿Acaso el fútbol no forma parte de nuestras vidas? En el fútbol, la humildad acompañada de valentía desentierra el
romanticismo. Ese romanticismo aniquilado por los billetes, los
horarios, los “Tebas”, los “chorizos”, los precios de las entradas, los
mercenarios, los entrenamientos a puerta cerrada, los advenedizos, las
“yihads”, los intereses, la devolución de favores. Defiendo a gritos el
derecho a ser un “perdedor”, a disfrutar con las pequeñas alegrías, a
llorar con éxitos tan espaciados en el tiempo que uno olvida cuál fue el
anterior. El fútbol no consiste sólo en ganar. De hecho, la mayoría de
las veces consiste en sentir. El Rayo Vallecano es un club humilde, amado por gente humilde, alzado
en volandas por un barrio humilde. Durante las últimas horas algunos
“soplagaitas” han confundido humilde con miserable por culpa de unos
focos, de unas luces. Esas luces que jamás se encendieron en el cerebro
de unos cuantos graciosos de nuevo cuño que en su vida han caminado por
la Avenida de la Albufera, que jamás se han sentado en las gradas del
vetusto “Vallekanfield” para degustar el sabor del fútbol de siempre.
Graciosos que no hacen gracia. Ególatras que viven para pisotear al
débil. Ultras de la basura. Paco Jémez, canario cordobés o cordobés canario, hijo de artista y de
“santa”, mago con las cartas y con la franja, quiere demostrarle al
mundo que se puede ser valiente desde el “mileurismo”, una receta tan
válida para el fútbol como para la vida que nos está tocando sufrir. No
se arrugó delante del Real Madrid, una escuadra grandiosa con unos
jugadores grandiosos. Brindó a su incondicional hinchada una propuesta
valiente, un “allá voy” aunque delante estén los mejores, un “se puede
salir a jugar al fútbol con el presupuesto más bajo de Primera
División”. No ganó. Ni siquiera lo mereció. Pero los rayistas que vieron
el partido se murieron de gusto viendo a su equipo tutear a uno de los
trasatlánticos del fútbol mundial. Eso no tiene precio. No todo en la
vida se compra con billetes de 500 euros. El orgullo no entiende de
monedas. El rayismo reconoce la dedicación y la entrega incondicional de
“obreros” como Tito o Delibasic. No se dejan nada para mañana. Son
humildes y valientes, como el club al que representan y el entrenador al
que obedecen. Ser del Rayo ya es una demostración de valentía. Los que
presumen de franja van a perder, van a bajar a Segunda, van a bordear el
funeral institucional, van a perder otra vez, van a soportar la
proliferación imparable de graciosos sin gracia, van a padecer la
ineficacia de sus propios dirigentes… y van a volver a perder. Pero
repito que en esta vida a veces es más bonito sentir que ganar.
Admiro a los entrenadores valientes que dirigen a equipos humildes.
Admiro a los hinchas a los que no les da la gana asesinar al fútbol de
siempre. Ellos hacen que sea incapaz de renunciar al romanticismo. No
quiero. No puedo. Larga vida a los románticos.
CSB
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