martes, 25 de septiembre de 2012

Larga vida a los Roamnticos

Los humildes merecen toda mi admiración. Me gusta la gente que aparca el “yo”, aunque eso suponga en demasiadas ocasiones dar alas a los que no merecen el aplauso. Los humildes valientes se merecen directamente el reconocimiento de una sociedad encadenada al pragmatismo. Me rebelo contra todos aquellos a los que sólo les vale ganar. En el fútbol y en la vida. ¿Acaso el fútbol no forma parte de nuestras vidas? En el fútbol, la humildad acompañada de valentía desentierra el romanticismo. Ese romanticismo aniquilado por los billetes, los horarios, los “Tebas”, los “chorizos”, los precios de las entradas, los mercenarios, los entrenamientos a puerta cerrada, los advenedizos, las “yihads”, los intereses, la devolución de favores. Defiendo a gritos el derecho a ser un “perdedor”, a disfrutar con las pequeñas alegrías, a llorar con éxitos tan espaciados en el tiempo que uno olvida cuál fue el anterior. El fútbol no consiste sólo en ganar. De hecho, la mayoría de las veces consiste en sentir. El Rayo Vallecano es un club humilde, amado por gente humilde, alzado en volandas por un barrio humilde. Durante las últimas horas algunos “soplagaitas” han confundido humilde con miserable por culpa de unos focos, de unas luces. Esas luces que jamás se encendieron en el cerebro de unos cuantos graciosos de nuevo cuño que en su vida han caminado por la Avenida de la Albufera, que jamás se han sentado en las gradas del vetusto “Vallekanfield” para degustar el sabor del fútbol de siempre. Graciosos que no hacen gracia. Ególatras que viven para pisotear al débil. Ultras de la basura. Paco Jémez, canario cordobés o cordobés canario, hijo de artista y de “santa”, mago con las cartas y con la franja, quiere demostrarle al mundo que se puede ser valiente desde el “mileurismo”, una receta tan válida para el fútbol como para la vida que nos está tocando sufrir. No se arrugó delante del Real Madrid, una escuadra grandiosa con unos jugadores grandiosos. Brindó a su incondicional hinchada una propuesta valiente, un “allá voy” aunque delante estén los mejores, un “se puede salir a jugar al fútbol con el presupuesto más bajo de Primera División”. No ganó. Ni siquiera lo mereció. Pero los rayistas que vieron el partido se murieron de gusto viendo a su equipo tutear a uno de los trasatlánticos del fútbol mundial. Eso no tiene precio. No todo en la vida se compra con billetes de 500 euros. El orgullo no entiende de monedas. El rayismo reconoce la dedicación y la entrega incondicional de “obreros” como Tito o Delibasic. No se dejan nada para mañana. Son humildes y valientes, como el club al que representan y el entrenador al que obedecen. Ser del Rayo ya es una demostración de valentía. Los que presumen de franja van a perder, van a bajar a Segunda, van a bordear el funeral institucional, van a perder otra vez, van a soportar la proliferación imparable de graciosos sin gracia, van a padecer la ineficacia de sus propios dirigentes… y van a volver a perder. Pero repito que en esta vida a veces es más bonito sentir que ganar.
Admiro a los entrenadores valientes que dirigen a equipos humildes. Admiro a los hinchas a los que no les da la gana asesinar al fútbol de siempre. Ellos hacen que sea incapaz de renunciar al romanticismo. No quiero. No puedo. Larga vida a los románticos.
 CSB

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