Sucede desde hace años, pero en los últimas temporadas la intensidad
del fenómeno se ha acentuado hasta superar los límites de lo grotesco.
Haciendo bueno el patrocinio de la liga por parte de una conocida
entidad bancaria, los ricos y poderosos asaltan cada semana el feudo de
los más débiles, despojándoles no sólo de los tres puntos sino de gran
parte de su dignidad. La intervención comienza horas antes, cuando se cortan las calles de
tu barrio. No te puedes acercar al estadio con normalidad. Incluso los
que defienden la franja sobre el campo, los propios jugadores, tienen
problemas para superar los controles. La siguiente señal está en la
grada. Allí donde suele haber cinco mil asientos vacíos se sitúan otros
tantos blaugranas. En los saques de banda disparan los flashes. Cuando
marca el Barça llega el alboroto. Está claro, es día de concierto, día
de mitómanos. Hoy no hay partido, toca intento de desahucio. Lo que sí hay es frío, mucho frío, propio de una liga polar. Tu alma
coge un poco de temperatura cuando ves a Léo caer en el área, pero
entonces recuerda que los poderosos nunca golpean la puerta solos. El
peso de la ley cae sobre todas tus acciones. Pérez Lasa se ofende por
tus protestas lejanas y castiga con dureza tu frustración. El mismo
Pérez Lasa se empequeñece cuando Messi le manda directamente a la freir
espárragos con una protesta reiterada, con los brazos en alto y voz en grito, a tres metros de su cara. La vara de medir es, como le gusta a los bancos, de interés variable. El espectáculo termina pasada la medianoche. Un grupo de aficionados
visitantes espera paciente en busca de una foto, una mirada, un gesto
cualquiera de los protagonistas del asalto. Al otro lado de la valla,
más de cincuenta periodistas luchan por capturar las palabras del astro
argentino, que hoy ha decidido que suba el pan aprovechando las horas y
el buen tiempo. Entra la madrugada en Vallecas. El mejor equipo del mundo vuelve a
casa. Ni daños materiales ni heridos de consideración. Incluso los focos
han funcionado en el tercer mundo. Todo en orden, los puntos están en
la saca y la goleada en las primeras planas. Una jornada más, la
desigualdad -más propia del videojuego amañado por un adolescente que
del fútbol profesional- se ha trasladado al terreno de juego. Por fortuna, los buenos aficionados al Rayo Vallecano se marchan a
casa sabiendo que la goleada se queda simplemente en otro intento de
desahucio. No hay jugador en el mundo, por bueno que sea, que les pueda
arrebatar la esperanza de conseguir lo que desean.
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